martes, 28 de agosto de 2012

La fuerza de la irreverencia contemporánea




En este período vacacional ha tenido lugar un suceso de naturaleza bastante surrealista,
una obra de arte religioso, un Ecce Homo del que hasta entonces nadie sabia nada, pues no tenía mayor interés que el de ser un icono religioso sobradamente reconocible, se ha convertido en noticia. Y digo noticia con todas las letras pues ha despertado la indignación y el alzamiento de todo tipo de voces y opiniones.


Una señora de dicha localidad (una mujer de unos ochenta años) al ver el mal estado de la pintura se decidió a restaurarlo con el consentimiento del cura de dicha parroquia. Hasta aquí todo bien. La cosa se tuerce cuándo los vecinos se dan cuenta de que dicha "restauración" ha sido más bien un destrozo de la obra, prácticamente la cara de Jesucristo se ha borrado y desfigurado dando paso a una caricatura.


Y entonces salta la polémica, ¿que hace una señora sin formación alguna restaurando parte del patrimonio religioso, artístico y cultural?
De golpe en España estas cosas importan, curioso, pero lo que más me fascina del tema es que la señora lo hizo sin querer, lo hizo por error, en el fondo no quería hacerlo.

En realidad la cosa no ha salido mal, seamos sinceros, nadie nunca había oído hablar de este pueblo, ahora todo el mundo sabe dónde está, quién es el cura responsable, quién es la pobre señora e incluso quien es el autor original de dicha pintura. Quizás es la única noticia mínimamente cultural que muchas personas han leído estos días.

En el fondo es un ejemplo claro de sociología del arte, ya que cualquier cosa puede ser considerada arte de un día para otro, de un momento a otro, dependiendo única y exclusivamente del nivel de fama, y de indignación que provoque. La indignación es esencial. Esto no es algo nuevo, el arte contemporáneo siempre ha indignado, siempre enfada, molesta, crispa y cae profundamente mal y es normal, el arte contemporáneo suele ser blasfemo por naturaleza, irreverente, mal educado, crítico, irónico e incluso burlón.
Un sencillo Ecce Homo se convierte en motivo de indignación : ¿cómo se han atrevido? ¿cómo puede ser? ¡pero si ERA una obra de arte!.

Y al convertirse en motivo de indignación su valor simbólico aumenta, se multiplica, se convierte en polémica y en algo que HAY QUE VER, todo el mundo quiere indignarse a su alrededor y las colas para fotografiarse a su lado se vuelven infinitas.  Y nadie se da cuenta, que antes ese Ecce Homo era un simple icono perdido en una parroquia y que ahora gracias a la intervención de una entrañable anciana
se ha convertido en una obra de arte contemporáneo de lo más punk, de lo más irreverente y por ende, ahora si tiene, por pequeño que sea, algún interés.






lunes, 13 de agosto de 2012

Cuerpo, abandono y amor


Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar.” Erich Fromm

Existen pocas preocupaciones existenciales sobre las que se haya gastado tanta tinta como en las emociones y sentimientos relacionados con el amor.  Escritores, músicos y artistas de todas las disciplinas y épocas han dedicado gran parte de su producción a desentrañar los secretos de una particular emoción que posee la capacidad de ser hermosa y perturbadora a la vez. 

Es curioso sin embargo que el arte contemporáneo haya evolucionado por otro senderos más ligados a la razón con un arte cada vez más conceptual y tendiente al archivo que a las emociones. Por otra parte, no son pocos los filósofos contemporáneos que han reflexionado sobre la incapacidad de amar, la imposibilidad de construir relaciones sanas en la sociedad contemporánea, dónde nadie está dispuesto a amar realmente sino más bien dónde todo ser humano se convierte en un objeto a consumir, dónde nos consumimos unos a otros rápida y despiadadamente. Es en este marco conceptual dónde podemos situar la obra de Legarda.

En este desierto emotivo podemos situar la obra multidisciplinar de Legarda, a lo largo de toda su trayectoria vemos como el vasto campo de las emociones se despliega para indagar en ellas y proponer al espectador un desafío frente a sus piezas, el desafío viene dado en cuanto la artista rompe la naturaleza íntima y personal que otorgamos a las emociones y exhibe su fragilidad corporal y emocional (puesto que la artista es performer y protagonista a la vez) frente a un público estupefacto.

Fotografía de Dark Beauty
Dark Beauty es una instalación multidisciplinar donde proyecciones, fotografías, cuerpo y escena crean una totalidad  con un fuerte componente simbólico. Dark Beauty es un gran ejemplo de como la artista utiliza la fotografía para asentar la simbología de toda obra, los espacios en los que tiene lugar la acción hacen referencia constante a lugares abandonados, envejecidos, arquitecturas destrozadas o a medio hacer, son espacios absolutamente desolados dónde lo único que aún perdura es el cuerpo ( también abandonado y maltratado ) de la protagonista.

La protagonista es una mujer anónima, es un individuo que personifica la idea de la búsqueda de perfección femenina, a la vez que solo sabe existir desde una relación de dominación, de sometimiento absoluto y de abandono total. La protagonista es ante todo un personaje lleno de fisicalidad, su implicación emocional queda plasmada a través de su cuerpo que es directamente humillado y maltratado por parte de uno de los grandes protagonistas de la obra, el espectador.

Fotografía Dark Beauty
Pese a que Legarda huye de la narrativa simple, en esta ocasión le concede al espectador una responsabilidad decisiva en el transcurso de la obra. Para avanzar a través de la instalación el espectador debe tomar decisiones con respecto a la protagonista, es decir, el espectador decide como va a evolucionar en cada ocasión esta peculiar historia de amor, donde la protagonista es absolutamente vulnerable a los deseos que el espectador tenga. 



Montaje fotográfico de Dark Beauty


La implicación del espectador en este caso es absolutamente central, ya que no se trata solo de una participación puntual, se trata de ir más allá y que el espectador se acabe identificando e implicando emocionalmente en la relación. Se trata de que cada uno de nosotros se haga una doble pregunta, por un lado hasta dónde es capaz de abandonarse a sí mismo por el otro y hasta dónde somos capaces de dominar y apoderarnos del que se deja en nuestras manos. La pregunta latente quizás sea si realmente somos capaces de amar sin victimizar, sin dañar ni maltratar. Y intentando responder a esta pregunta el espectador no es un elemento más, es el artífice que hace posible la obra.