martes, 6 de marzo de 2012

Tensión y desconcierto en la Galeria Àngels Barcelona


“La esperanza de que en el arte estaría “presente”,
 si no lo absoluto, sí al menos lo otro
determina las expectativas que el individuo,
el público y con ello también, a fin de cuentas,
la sociedad, fundan sobre el arte.
Dicha esperanza es el elemento de la ideología estética de la modernidad que, 
pese a todas las decepciones y chascos, sigue vivo”[1] ( Cornelia Klinger)


En la Calle Pintor Fortuny, en el Raval (Una de las zonas con mayor índice de inmigrantes de la ciudad de Barcelona) se presenta estos días la obra “Inversión” de La joven artista Daniela Ortiz, dicha obra se centra en la selección de personal de un hombre de mediana edad, español, con experiencia en la construcción para adquirir un puesto de trabajo en Perú, es decir nos presenta la tensión de enfrentarnos a la “Inversión” del movimiento migratorio al que generalmente estamos acostumbrados, la artista cambia las reglas.

En la primera parte del display nos encontramos con las leyes de extranjería de diferentes países, este gesto lejos de ser anecdótico nos enfrenta directamente y de manera brutal a una de las características  de la tradición ideológica de la cual somos hijos: la llamada  “Matriz colonial”.

La jurisdicción aunque a veces nos caiga realmente mal tiene un papel central en la confección ideológica y eurocéntrica; determina quién es que y de que manera cada uno de nosotros tiene un papel en la sociedad del cual no puede salirse, es decir, determina quién es el ciudadano, que derechos tiene, que hace falta para conseguir la ciudadanía, quién no la merece, por que motivos, etc. Y en este caso lo jurídico determina ontológicamente quién es el inmigrante. A juzgar por los documentos presentados en la exposición el inmigrante siempre es  un ser humano, pero un ser humano inferior, al cual se le pueden arrebatar todos los derechos ante cualquier falta.

Después de este primer impacto, observamos vídeos con entrevistas a los once candidatos y un poco más adelante las fotos de los mismos, es casi una muestra sociológica del clásico obrero español, es decir, del sector de la población que más se ha visto afectado por la actual crisis económica de la que ya nadie escapa y frente a los retratos, el anuncio de trabajo. Daniela Ortiz ofrece un trabajo a cambio de una redefinición de sí mismos, el elegido pasará de ser ciudadano español (y por lo tanto perteneciente a los seres humanos con derechos) a ser, en el mejor de los casos un inmigrante con trabajo, pero un inmigrante al fin y al cabo.

Este gesto abarca una gran tensión por un motivo básico, en los movimientos migratorios tradicionales del s.XX y XXI, los migrantes pertenecen en su inmensa mayoría de los países previamente colonizados, ellos parten de las carencias que encuentran en su lugar de origen, carencias económicas, pero también en cuánto a derechos se refiere, es decir, ellos son seres humanos “inferiores” incluso en su propio país de origen. En el orden mundial de la globalidad, ya son desde un inicio ciudadanos de segunda y al migrar la única diferencia es que lo hacen lejos de casa y se enfrentan a nuevas jurisdicciones. El trabajador español, no. Para él es una experiencia nueva. Es una violencia renovada.

Esta tensión nos traslada de público a ser dianas de una violencia latente, que normalmente va direccionada hacia el extranjero, el emigrante, el desconocido, aquel que da miedo y que de repente somos nosotros mismos, el español convertido en migrante, despojado de unos derechos que creía inherentes a su condición de ciudadano. Somos la diana porque nos vemos convertidos en otra cosa.

Otra pregunta que nos asalta a lo largo de la exposición es ¿qué papel tienen las instituciones relacionadas con el mundo del arte (museos, galerías, etc…) en este juego de Inversión? Las instituciones artísticas han estado siempre íntimamente ligadas al poder a lo largo de su historia, ¿cómo es posible que ahora sean cómplices de este acto casi terrorista? Quizás sea porque esta acción al fin y al cabo es un acto metafórico, no de militancia.

Por último creo necesaria una última reflexión acerca  de la eficacia de esta propuesta. Si la artista quiere acabar con esta “Matriz colonial” o como mínimo conseguir un cierto impacto y replanteamiento de la situación ya hemos visto a lo largo de la historia que la violencia engendra más violencia, resistencia, márgenes de exclusión, etc. Quizás sería un buen momento para plantearnos (como individuos y como sociedad) si no sería más eficaz  trabajar de forma unida, colectiva, global intentando crear un nuevo modelo, fresco, imaginativo y pacífico (en el sentido más profundo del término) como primer paso para empezar a “descolonizar” nuestro mundo y poder entrar así en una nueva manera de entender las complejas relaciones globales a las que nos enfrentaremos en el futuro.

Gracias al trabajo de Daniela Ortiz vemos cómo los artistas se pueden convertir en “terroristas” ideológicos que nos violentan al obligar a enfrentarnos a otra realidad, las obras presentan una resistencia que escapa incluso a la voluntad de la artista, presentando tensiones nuevas en cada espectador. Galerías y museos pasan de ser espacios neutros a espacios de tensión y desconcierto.





[1] Pág 37. “Modernologías, artistas contemporáneos investigan sobre la modernidad y el modernismo”. Ed. MACBA

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