El CIF: un relato emerge en el Macba
“Sin
documento no hay historia”(Jaques Le Goff)[1]
Desde el 27 de enero hasta el 20 de mayo se puede visitar en el
Macba la última propuesta curatorial Centro Internacional de Fotografía
Barcelona (1978-1983) a cargo de Jorge
Ribalta y Cristina Zelich.
Esta exposición nos lanza una propuesta clara, la recuperación de
una parte olvidada de nuestra historia reciente (otra gran cuestión sería
porque olvidamos tan rápido y despiadadamente) y nos acerca a uno de los
proyectos culturales e institucionales más importantes que se dieron en la
España de la transición.
El CIF, fue el resultado del trabajo de Albert Guspi que empezó
haciendo encargos fotográficos documentales para editoriales como “Ruedo Ibérico” de corte antifranquista,
más adelante hizo diversos viajes alrededor de España y al volver a
Barcelona en el 1973 fundó la
Galeria Spectrum en la calle
Balmes.
Esta Galeria fue la primera en todo el estado Español dedicada en
exclusividad a la fotografía, además cuando consiguió el financiamiento de
Canon en el 1976 la iniciativa pudo crecer y fue naciendo poco a poco una red
de Galerias Spectrum alrededor del país como Spectrum Girona o Spectrum Zaragoza. Esta curiosa red fue
la semilla de la cual nacería en 1978 El Centro Internacional de Fotografía. La
ciudad estaba desierta en cuanto a instituciones que avalaran la fotografía
como una expresión artística válida digna de entrar en las pocas instituciones
culturales existentes. En ese desierto apareció el CIF, encarnado en un
edificio entero dedicado al debate fotográfico, a la docencia y la
investigación.
Después de esta increíble trayectoria hasta llegar al CIF nos
asaltan diversas preguntas: ¿por qué una propuesta institucional de tal
envergadura ha quedado en el olvido o ha sido ninguneada? ¿por qué el centro
entro en crisis tan rápidamente? ¿qué ha sido de los fotógrafos que allí se
formaron?.
En el intento de responder a todas estas cuestiones es en donde
radica el sentido de un comisariado profundamente arqueológico; esta exposición
se constituye a través de tres partes inseparables, la exposición, el catálogo
dónde encontramos un extenso material documental entre el cual destacan las
entrevistas a los protagonistas directos del CIF y un archivo documental que los
comisarios han donado al Centro de Estudios y Documentación del museo con tal
de contribuir a hacer del museo un lugar de producción de conocimiento y de
relato histórico.
Quizás el reto más difícil al que se enfrentan los comisarios es a
“homenajear” a la vez que revisan una iniciativa que sin duda fracasó antes de
poder trascender de un modo más sustancial.
Y es que la exposición nos presenta un proyecto truncado. Después
de verla llegamos a la conclusión de que si bien el CIF era una idea
revolucionaria en nuestro contexto, su proyecto artístico no era tan avanzado,
ya que los referentes del centro eran fotógrafos del período de entreguerras
como Robert Capa, Dorotea Lange, entre otros. Todos ellos fotógrafos de los
años veinte y treinta que no llegaban a cuestionar la validez de la imagen
documental, su veracidad o su “certeza” sino que aún creían en la fotografía
como un lenguaje universal.
Este planteamiento a finales de los años setenta, era ya
totalmente anacrónico, pero entonces (y quizás en la de ahora también, todo
está por verse) llevábamos un retraso histórico de cuarenta años de franquismo.
Un concepto anacrónico del documento también acarreó otras
consecuencias como el choque con la nueva ola de fotografía de corte artístico
y más creativo que entró en España a principios de los años ochenta y que hizo
que la fotografía documental perdiera adeptos y defensores. Si a todo esto le
sumamos las nuevas políticas que entraron en vigor a nivel institucional por
parte del estado y que favorecieron la creación de otros centros dedicados a la
fotografía que fueron competencia directa para el CIF, entendemos el porque de
su rápido declive y su breve historia.
Esta exposición nos invita a conocer una parte de la historia de
la Barcelona menos representada, la generación de fotógrafos que quedó entre
los realismos de Miserachs o Colom y la hiper-representada Barcelona
post-olímpica. A través de los trabajos expuestos asistimos a la Barcelona
desconocida pero siempre atractiva de las arquitecturas periféricas, de las
subjetividades marginales y los espectáculos populares que se apropiaban del
espacio público en la Barcelona de la transición.
Un momento que pese a su poca trascendencia internacional vale la
pena conocer y reconsiderar como
parte de la tradición fotográfica de la que hoy somos herederos.
Y sobretodo vale la pena reconocer el valor que hace falta para
llevar a cabo una exposición que visibiliza la dificultad de crear un relato
histórico basándose en los documentos ( es decir el valor que hace falta para
equivocarse en el método o en la forma del proyecto) y que nos permite
cuestionar como espectadores las posibles fisuras de este relato que estos días
nos muestra el Macba.
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