jueves, 1 de marzo de 2012

Un relato emerge del MACBA


El CIF: un relato emerge en el Macba


“Sin documento no hay historia”(Jaques Le Goff)[1]

Desde el 27 de enero hasta el 20 de mayo se puede visitar en el Macba la última propuesta curatorial Centro Internacional de Fotografía Barcelona (1978-1983) a cargo de Jorge Ribalta  y Cristina Zelich.
Esta exposición nos lanza una propuesta clara, la recuperación de una parte olvidada de nuestra historia reciente (otra gran cuestión sería porque olvidamos tan rápido y despiadadamente) y nos acerca a uno de los proyectos culturales e institucionales más importantes que se dieron en la España de la transición.
El CIF, fue el resultado del trabajo de Albert Guspi que empezó haciendo encargos fotográficos documentales para editoriales como  “Ruedo Ibérico” de corte antifranquista, más adelante hizo diversos viajes alrededor de España y al volver a Barcelona  en el 1973 fundó la Galeria Spectrum  en la calle Balmes.
Esta Galeria fue la primera en todo el estado Español dedicada en exclusividad a la fotografía, además cuando consiguió el financiamiento de Canon en el 1976 la iniciativa pudo crecer y fue naciendo poco a poco una red de Galerias Spectrum alrededor del país como Spectrum Girona o  Spectrum Zaragoza. Esta curiosa red fue la semilla de la cual nacería en 1978 El Centro Internacional de Fotografía. La ciudad estaba desierta en cuanto a instituciones que avalaran la fotografía como una expresión artística válida digna de entrar en las pocas instituciones culturales existentes. En ese desierto apareció el CIF, encarnado en un edificio entero dedicado al debate fotográfico, a la docencia y la investigación.

Después de esta increíble trayectoria hasta llegar al CIF nos asaltan diversas preguntas: ¿por qué una propuesta institucional de tal envergadura ha quedado en el olvido o ha sido ninguneada? ¿por qué el centro entro en crisis tan rápidamente? ¿qué ha sido de los fotógrafos que allí se formaron?.
En el intento de responder a todas estas cuestiones es en donde radica el sentido de un comisariado profundamente arqueológico; esta exposición se constituye a través de tres partes inseparables, la exposición, el catálogo dónde encontramos un extenso material documental entre el cual destacan las entrevistas a los protagonistas directos del CIF y un archivo documental que los comisarios han donado al Centro de Estudios y Documentación del museo con tal de contribuir a hacer del museo un lugar de producción de conocimiento y de relato histórico.

Quizás el reto más difícil al que se enfrentan los comisarios es a “homenajear” a la vez que revisan una iniciativa que sin duda fracasó antes de poder trascender de un modo más sustancial.
Y es que la exposición nos presenta un proyecto truncado. Después de verla llegamos a la conclusión de que si bien el CIF era una idea revolucionaria en nuestro contexto, su proyecto artístico no era tan avanzado, ya que los referentes del centro eran fotógrafos del período de entreguerras como Robert Capa, Dorotea Lange, entre otros. Todos ellos fotógrafos de los años veinte y treinta que no llegaban a cuestionar la validez de la imagen documental, su veracidad o su “certeza” sino que aún creían en la fotografía como un lenguaje universal.
Este planteamiento a finales de los años setenta, era ya totalmente anacrónico, pero entonces (y quizás en la de ahora también, todo está por verse) llevábamos un retraso histórico de cuarenta años de franquismo.
Un concepto anacrónico del documento también acarreó otras consecuencias como el choque con la nueva ola de fotografía de corte artístico y más creativo que entró en España a principios de los años ochenta y que hizo que la fotografía documental perdiera adeptos y defensores. Si a todo esto le sumamos las nuevas políticas que entraron en vigor a nivel institucional por parte del estado y que favorecieron la creación de otros centros dedicados a la fotografía que fueron competencia directa para el CIF, entendemos el porque de su rápido declive y su breve historia.

Esta exposición nos invita a conocer una parte de la historia de la Barcelona menos representada, la generación de fotógrafos que quedó entre los realismos de Miserachs o Colom y la hiper-representada Barcelona post-olímpica. A través de los trabajos expuestos asistimos a la Barcelona desconocida pero siempre atractiva de las arquitecturas periféricas, de las subjetividades marginales y los espectáculos populares que se apropiaban del espacio público en la Barcelona de la transición.
Un momento que pese a su poca trascendencia internacional vale la pena conocer  y reconsiderar como parte de la tradición fotográfica de la que hoy somos herederos.
Y sobretodo vale la pena reconocer el valor que hace falta para llevar a cabo una exposición que visibiliza la dificultad de crear un relato histórico basándose en los documentos ( es decir el valor que hace falta para equivocarse en el método o en la forma del proyecto) y que nos permite cuestionar como espectadores las posibles fisuras de este relato que estos días nos muestra el Macba.





[1] El orden de la memoria: el tiempo como imaginario. Barcelona: Paidós,1991,p.231.

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